sábado, 5 de octubre de 2013

Evitar el dolor

Seguro que todos hemos visto la reacción de muchos padres ante sus hijos cuando se lastiman o golpean, por instinto; todos tratamos de evitar que el dolor se alargue, todos tratamos de evitar la incomodidad que produce, y quizás por ese motivo ofrecemos frases del tipo “venga que no ha sido nada”, o tratamos de mitigar el dolor con soluciones “sucedáneas” ¿a que me refiero con soluciones sucedáneas?, por ejemplo le ofrecemos un caramelo para desviar su atención del dolor cuando lo que quizás necesita en realidad el niño es un buen abrazo o simplemente llorar y dejar que salga afuera la emoción que le ha producido el golpe.

Lo que quizás nunca nos hayamos parado a pensar es que a veces esa reacción instintiva de evitar el dolor puede hacer que el dolor en lugar de esfumarse a través de la aceptación del mismo se enquiste de forma eterna.

Cuando era pequeña viví una situación traumática que me hizo relacionarme con el dolor de una forma evasiva. Un niño es una personita en proceso de formación, no dispone de las herramientas apropiadas para enfrentarse al mundo, es labor de los padres ofrecérselas en la medida de lo posible. Lo que ocurre es que uno no puede ofrecer a nadie algo que no está desarrollado en uno mismo, si un padre tiene un bloqueo con la comunicación está claro que no podrá ofrecer esa herramienta a su hijo.

Evité el dolor en un momento concreto, cuando una situación me superó, me hice la fuerte, creí que evitar el dolor era la solución porqué así me lo habían enseñado mis padres que no supieron lidiar con su propio dolor y ese dolor que sentí en un instante se eternizó hasta los 39 años. En esos años encontré sucedáneos para mitigar el dolor, uno de ellos fue la comida en la que encontré el consuelo que necesitaba y no me atrevía a pedir.

Como sanar el dolor? Permitiéndole el espacio que reclama, dejando que haga su proceso hasta que se diluya y deje de tener fuerza en ti. No forzando para que se vaya antes del momento adecuado aunque tampoco quedarse regocijándose en el dolor de forma victimista. Dejarte sentir… en mi caso necesité descansar, permitirme no ser perfecta en todo, permitirme un espacio para estar triste y conmigo misma, permitirme un espacio para recibir consuelo, como cuando después de una pelea un animal lame sus heridas, reconocer como mi forma de interpretar aquel hecho había alterado mi conducta.

Una experiencia traumática marca nuevas conductas, nuevas formas de relacionarte con el mundo y en ese espacio puedes replantearte cuales ya no son validas para ti y decidir instaurar nuevas formas de relacionarte con la vida.

Quien no ha trabajado con su propio dolor es imposible que pueda ayudar a otra persona a gestionar el suyo. Debemos hacernos responsables de nosotros mismos, esa es la única forma de salir del bucle de dolor enquistado que nos hace sufrir de forma inconsciente. 

Reflexiones de Carmen Esteban

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